Concluyo las consideraciones que inici� el mi�rcoles.
El largu�simo debate p�blico (aunque en �l no hayan participado activamente los negociadores) sobre el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, la forma en que se han unido por una parte las c�maras patronales para pelear por �l, y organismos de trabajadores respaldados por estudiantes y universidades para pelear contra �l, lejos de ser la situaci�n alarmante que tiene asustados a algunos esp�ritus timoratos, que no por ser timoratos merecen ser calificados de anti-patri�ticos, deber�a tenernos a todos contentos, satisfechos de contemplar la vitalidad de nuestra democracia, el af�n de participaci�n de grupos que han sido hasta ahora casi siempre excluidos de ciertos debates y decisiones, y el despertar de la juventud, que ha vuelto a las calles, donde tantas batallas dio, gan� y perdi� en el pasado, despu�s de muchos a�os de receso.
�S�lo la calle nos concede suficiente espacio�, me dijo en estos d�as un disc�pulo m�o que no tiene presunciones de l�der ni de nada. Y me acord� de una expresi�n que circul� entre los j�venes cuando desfil�bamos, en 1938, expuestos a la cincha de la polic�a, contra un arreglo de l�mites con Panam� que hab�a sometido al Congreso el gobierno de don Le�n Cort�s: �Nosotros no somos parte de la opini�n p�blica porque no somos parte de la opini�n que se publica�.
Y all� hay algo para meditar: �Qu� opci�n tiene la opini�n que no se publica? Pregunta que hago a sabiendas de que la prensa no tiene espacio suficiente para publicar todas las opiniones� aunque el invento de las p�ginas de Internet plantea una respuesta o un medio de subsanar el problema.
A mi juicio, el punto es �ste: la importancia de un movimiento popular, no importa el tama�o que tenga ni el que adquiera, no puede depender de que la tesis que sostiene me sea simp�tica a m�. Tengo que admitir que es l�cito que la sustente y defienda por los medios a su alcance, aunque esa tesis sea diferente de la m�a u opuesta a ella. Lo que importa es la vitalidad del esp�ritu democr�tico, de ese esp�ritu democr�tico que sostiene que las decisiones de las autoridades deben conformarse con lo que los gobernados piensen y sientan, y no exactamente con lo que un n�mero determinado de gobernados pens� o sinti� cierto primer domingo de febrero.
Es absurdo pretender que lo que yo pens� en el momento de depositar mi voto para elegir presidente y diputados, es un cheque en blanco para que los elegidos crean que no hay raz�n para que luego deban si no consultarme, al menos escucharme. Lo dicho. La vida democr�tica costarricense, est� funcionando, y de eso debemos alegrarnos todos.
(La Rep�blica)
Alberto F. Cañas | 4 de Noviembre 2006
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