En vista de que columnas anteriores similares a �sta han provocado mensajes que agradezco, de satisfacci�n y de inter�s, vuelvo hoy a hablar de un libro que acabo de leer, advirtiendo que se public� en el 2000 y que deb� leerlo antes. Pero ya he dicho que es imposible mantenerse al d�a en la producci�n literaria costarricense� y tambi�n (aunque sea feo decirlo) orientarse en medio de la mara�a de libros mediocres que aparecen por todas partes, y que, como dec�a mi cuate Roberto Fern�ndez Dur�n, �achar� los �rboles que hubo que tumbar para producir el papel en que se imprimieron�.
Este de que quiero hablar hoy es el libro p�stumo de Carlos Luis Altamirano, ese fino escritor narrador y poeta que por alguna raz�n inexplicable no alcanz� en vida el reconocimiento que merec�a, libro que fue publicado por empe�o de su amigo Ovidio Soto, y de sus estudiantes del Liceo San Jos�.
Se titula Desde un Ayer Rural, y es una colecci�n de treinta y cinco piezas narrativas, algunas autobiogr�ficas, otras imaginativas, muchas nadando entre esas dos aguas, cuya unidad consiste en que todas tienen impresas, de manera clara o impl�cita, las experiencias vitales de su autor, de su infancia, su adolescencia y su primera juventud, y constituyen en conjunto un canto de amor a su cuna, Orotina. La Orotina de los mara�ones y los caimitos, la Orotina de los trenes, de los gallos y los almuerzos, la Orotina de los r�os Grande de T�rcoles y Machuca.
Hac�a tiempo no aparec�a en Costa Rica un libro as�, un libro de amor a la tierra y de evocaci�n, que exalta y refleja una manera de vivir. Pero este de Altamirano tiene un m�rito especial, producto de su particular sensibilidad, inteligencia y cultura: no hace costumbrismo, que ser�a anacr�nico, no intenta ser pintoresco, pero logra con frecuencia ser po�tico y evocador, porque est� enamorado de lo que evoca. Altamirano contempl� desde su madurez a la Orotina de sus primeros a�os, con mirada de poeta. Y ning�n escritor costarricense, con excepci�n de Luis Dobles Segreda, ha escrito con tanto amor sobre su cuna, su terru�o y su gente. Todo ello sin pretensiones, liso y llano, sin laberintos, pero con una dosis de poes�a intr�nseca que no es frecuente encontrar.
Lo adquir� en la Librer�a Universitaria. No vacilo en suponer que usted lo disfrutar� tanto como este servidor suyo.
(La Rep�blica)
Alberto F. Cañas | 21 de Octubre 2006
1 Comentarios
Gracias, don Beto, por resaltar la notable obra a este querido maestro, acerca de quien escrib� el texto adjunto cuando muri�.
Con aprecio,
Luko
ALTAMIRANO
Luko Hilje Q.
Hace unos cuatro a�os, una coincidencia me llev� a escribir un art�culo period�stico, “Duverr�n y Altamirano”: la muerte de don Carlos Duverr�n, y la lectura del libro “Cuentos del T�rcoles”, de don Carlos Luis Altamirano. Fue un sentido homenaje a dos verdaderos maestros, de quienes tanto aprendimos muchos de quienes estudi�ramos en el Liceo de San Jos�. Aprendimos, en esencia, a respetar y cultivar la lengua castellana y, con ello, a reafirmar las ra�ces de lo que somos.
Aparte del homenaje en s� mismo, lo m�s grato fue recibir una efusiva llamada telef�nica de don Carlos para agradecer mis palabras y, adem�s, decirme que estaba complacido de que yo -bi�logo como soy- pudiera escribir cosas de valor literario. Le agradec� tambi�n sus palabras y qued� de visitarlo.
Cuando lo hice, tras 25 a�os de no vernos, me sorprendi� encontrarme con un hombre muy distinto de aquel lejano profesor severo y riguroso. Lo hall� m�s bien atl�tico, vital, jovial, �ntimo, feliz de estar jubilado y dedicado a escribir como nunca antes lo pudo hacer. Me obsequi� sus libros m�s recientes (“Cuentos del 56” y “Los s�mbolos nacionales de Costa Rica”), hablamos de las gentes del Liceo, de literatura, de la maltratada y alica�da lengua castellana, de valores c�vicos y, sobre todo, de la naturaleza.
Al hacerlo, entend� de d�nde proven�an esas im�genes veraniegas de sus “Cuentos del T�rcoles”, rebosantes de mar cristalino y espumoso, de crep�sculos llameantes, de chucuyos bulliciosos, de frutas gr�vidas de pulpa y miel, de monta�a y fieras. Descubr� entonces a un don Carlos que no solo era ese conocido cuentista, poeta, ensayista, fil�logo, educador y hasta ex-viceministro de Educaci�n, sino tambi�n a un amante genuino de la naturaleza, a la que aprendi� a querer desde ni�o, en sus recorridos por las orillas del T�rcoles y por el litoral Pac�fico.
Adem�s, puesto que durante varios a�os yo hab�a le�do algunas de sus hermosas im�genes de r�os, mares y bosques en art�culos publicados en la prensa, le propuse una vieja idea. Se trataba de publicar una antolog�a sobre textos literarios alusivos a la naturaleza, para sensibilizar a los ciudadanos acerca de la destrucci�n cotidiana de �sta y, de paso, estimular a nuevos escritores para incursionar en estos temas. Le gust� mucho la idea y quedamos de concretarla. No nos pusimos plazos ni presiones. Cada uno buscar�a los textos que le parecieran adecuados, para despu�s empezar a seleccionarlos y organizarlos. Sin embargo, tras m�s de un a�o de no vernos, hoy me han anunciado que la muerte, implacable e insensata como es, le arrebat� sus ilusiones de escritor maduro, trunc� sus manos plet�ricas de planes y anhelos literarios.
Cuando escrib� el art�culo de “Duverr�n y Altamirano”, lo conclu� con el siguiente pensamiento de Henry Adams: �Un maestro nunca sabe hasta d�nde llegar� su influencia�. Estoy seguro de que la mayor�a de los ex-alumnos de don Carlos hoy podemos reconocer su huella clara e indeleble, tanto en su legado acad�mico como en el c�vico, porque fue un febril y devoto amante de nuestra patria. A m�, adem�s, la vida me dio el privilegio de convertirlo en c�mplice de la linda aventura de acrecentar el amor y respeto por la naturaleza a trav�s de la literatura. Y ahora s� que, a�n en su ausencia, cuento con su tutela espiritual para concretar nuestro proyecto, y que por las p�ginas de la futura antolog�a tambi�n vagar� su ni�ez, llena de mar, crep�sculos, chucuyos, frutas dulc�simas, r�os y monta�as, como las de este verano en que �l se ha ido.