Por Alberto Salom Echeverr�a
A los cien a�os del natalicio de don Pepe Figueres, apenas a diecis�is de su muerte, por fortuna es todav�a demasiado prematuro para hacer de su figura un mito. Pero por suerte tambi�n es tarde ya para intentar, si alguien lo quisiera (�ay y lo quieren muchos!), adocenar a don Pepe para convertirlo en un ser ahist�rico, exclusivamente obsesionado en sus propias ideas.
Hay muchas maneras de contar la vida de un ser humano; una de ellas, muy frecuente entre quienes quieren convertir al personaje en una leyenda, consiste efectivamente en desinscribirlo de la historia, extraerlo de las relaciones sociales y del contexto cultural dentro del cual vivi�. As�, la persona termina dotada de unas caracter�sticas o cualidades supra hist�ricas, hacedor por lo tanto, seg�n esa visi�n apolog�tica de todo lo divino y lo humano de su �poca. Los yerros en cambio, jam�s ser�n suyos, se atribuir�n a sus contempor�neos.
Con don Pepe ocurre con mucha frecuencia esta tentaci�n, dado su prestigio, se le trata de adaptar a cualquier idea de progreso y modernidad, vaciado de todo contenido hist�rico y social concreto.
Para evitar caer en la apolog�a de don Pepe, o en su contrario en la apostas�a, el m�todo hist�rico nos obliga a tener permanentemente en cuenta la �poca hist�rica en la que le toc� vivir, a fin de estudiar su pensamiento siempre inquieto y creativo, y su decisiva actuaci�n, en dial�ctica relaci�n con el medio y con sus contempor�neos; valga decir, el l�der y su visi�n en medio de unas particulares relaciones de poder en las que estuvo inserto.
Siguiendo esta ruta, juzgo que una clave para no perderse con este hombre tan particular, tan reacio a dejarse encasillar, es partir de sus primeras reflexiones y escritos de 1942, a�o crucial tambi�n de su rica actuaci�n pol�tica. Democracia, Libertad y Socialismo, tres palabras �gastadas� (�gastadas?), que vertidas en un crisol de su ineluctable combinaci�n brota el germen del pensamiento gu�a de don Pepe. No hay se�oras y se�ores, democracia sin socialismo, mas tampoco hay socialismo sin libertad, ni libertad sin democracia.
La originalidad de su pensamiento y su actuaci�n deviene de all�, de esta simbiosis de tres tradiciones humanas que como afluentes de un ancho y venturoso r�o, no tuvieron un mismo origen. En efecto, a la democracia se le asocia en sus fuentes con la antigua Atenas, a la libertad con la Revoluci�n Francesa, y al socialismo en sus or�genes ut�picos, que era en el que mayormente cre�a don Pepe, con la Europa del primer cuarto del siglo XIX.
Don Pepe fue heredero de estas tres tradiciones, no de cada una por separado, sino de las tres dial�cticamente entremezcladas. S�lo as� se puede entender que cuando peg� el grito al cielo contra el gobierno, aquel 18 de julio de 1942, en la emisora Am�rica Latina, cuatro d�as despu�s de los des�rdenes contra negocios y oficinas de elementos alemanes e italianos en San Jos� y que le cost� el destierro, no hubiese claudicado de la idea social que ya anidaba en cierne, valga decir la profundizaci�n de la democracia.
Es s�lo partiendo de esta particular perspectiva hist�rica, que se puede descifrar c�mo o por qu�, despu�s de haber comandado una revoluci�n victoriosa, apoyada en gran parte por las fuerzas del capital, diezmadas y traumadas a su vez por la reforma social de los cuarenta, Figueres en lugar de derogar las leyes sociales las profundiza y emprende junto a la gran clase media, el camino de la modernizaci�n de la institucionalidad p�blica y del Estado en su conjunto, conservando en paralelo una pol�tica de salarios crecientes. Es en este contexto que adquiere mayor valor la abolici�n del ej�rcito, del vencido y del vencedor; pues s�lo as� era posible garantizar y solidificar el camino de una modernizaci�n del Estado, con democracia y movilidad social permanentes. Los adalides del ej�rcito y la oligarqu�a criolla ten�an vasos comunicantes entre s�; estaban unidos en su infinito deseo de abrogar el c�digo del trabajo y las garant�as sociales en general.
Por todo ello, a don Pepe no se le puede asimilar, como si fuera un pol�tico anodino, con cualquier idea de progreso o de modernidad. En particular, ser�a abusivo pretender hoy tomarlo como estandarte o adalid del curso arrebatador de un capitalismo salvaje y concentrador del ingreso y de la riqueza. La cobija se�oras y se�ores no da para tanto; el desd�n de don Pepe contra las ideolog�as en general, genuino como era, en lo medular fue esgrimido contra las f�rmulas preconcebidas, contra las palabras gastadas, ya que era poseedor de un pensamiento muy original y de ra�ces muy profundas tambi�n en una tradici�n costarricense de di�logo y de negociaci�n que permitiera a los grupos subalternos de la sociedad tambi�n progresar.
De los muchos pensamientos que se pueden extraer de lo escrito por don Pepe, no sin dificultad he seleccionado dos, que sirvan como ejemplo de todo cuanto vengo afirmando, �No es democr�tico un pa�s �nos dice- por el hecho de celebrar elecciones peri�dicas, o por el t�tulo que de a sus mandatarios. Si no hay esp�ritu de comunidad pol�tica, y de participaci�n de responsabilidades; si no hay respeto religioso por el sufragio, o por la simple expresi�n del pensamiento, o por la majestad de los tribunales de justicia, no hay vida democr�tica. Democracia no es demagogia.� (Palabras Gastadas.) Y luego, como sabiendo que la expresi�n pol�tica de la democracia requiere un complemento en lo social agrega: �En un estado primitivo de pobreza general, las fuerzas de la naturaleza actuaron, y los resultados son palpables: casi todos los bienes de que hoy disfruta el hombre son producto de un trabajo individual, o al menos ejercido con miras de provecho personal. Este r�gimen, esencialmente pr�ctico, tiene su filosof�a: la que opina que de la multiplicidad de intereses en pugna, cada hombre tras lo suyo, nace el bienestar general. Bastante bienestar ha nacido de la libre competencia, PERO NO EL GENERAL, NI SIQUIERA EL DE LOS M�S.� (Ib�dem, subrayado es m�o).
La idea inspiradora de don Pepe fue en lo sustantivo la modernizaci�n de la institucionalidad democr�tica y no de cualquier institucionalidad; como cuando afirm� que �El Instituto Costarricense de Electricidad es la expresi�n de una filosof�a, la expresi�n de una aspiraci�n nacional�� A�n cuando el pensamiento de los pol�ticos de fuste evoluciona de acuerdo con las circunstancias, don Pepe al respecto no constituye una excepci�n, hay constantes en su pensamiento, que en lugar de disiparse con los a�os se acentuaron, como cuando afirm�: �No somos localistas. Pero nos negamos a entregar a compa��as privadas extranjeras el control de nuestros servicios p�blicos, que constituyen un sector importante de nuestra soberan�a econ�mica, y que no deben ser objeto de lucro sino de bien com�n.�
Cien a�os del natalicio de un hombre fecundo en el pensamiento y en la acci�n, un humanista sin duda, forjador como el que m�s de una democracia moderna, que abriera las oportunidades de justicia social para todos sus hijos; don Pepe Figueres sincretismo de lo m�s genuino del pensamiento social costarricense junto a los valores de los m�s puro de la civilizaci�n de occidente, la democracia, la libertad y el socialismo.
Columnista huésped | 27 de Septiembre 2006
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