Por Silvia Zimmermann del Castillo, escritora y directora del Cap�tulo Argentino del Club de Roma.
En el hombre hay dos zonas superpuestas: la intelectiva y la ontol�gica, que se corresponden, respectivamente, con los problemas y los misterios. As� lo pens� el fil�sofo franc�s Gabriel Marcel. Los problemas son aquellas cuestiones que la inteligencia aborda eficientemente, con alta probabilidad de resoluci�n, en tanto que los misterios no s�lo no pueden ser resueltos por meros procesos intelectivos, sino que afectan a nuestra m�s primigenia condici�n humana: el dolor, la muerte, lo finito y lo infinito, el bien, el mal.
Bien podr�an extrapolarse estas categor�as al perpetuo conflicto de Medio Oriente: m�s un misterio que un problema, por la tenacidad con que se muestra irresoluble desde la raz�n, al tiempo que nos arroja a la angustia existencial, porque Medio Oriente gravita en la vida de los occidentales como un espacio espiritual de pertenencia. Desde m�s cerca o desde m�s lejos en la sangre, en el tiempo, en la conciencia o en el vasto oc�ano del inconsciente, todos tenemos algo que ver con esas tierras de piedra, de arena y de mieles. Su dolor es nuestro dolor �ntimo, sus muertes hacen a nuestros duelos, la epifan�a del bien y del mal nos plantea el peso de nuestra propia moralidad.
Perplejos y exhaustos, y con un insoportable sentimiento de impotencia, asistimos a esta nueva escalada de revanchas y de odios.
Perplejos porque no deja de asombrar la impiedad con que el hombre inflige dolor; exhaustos porque cuando las escenas de guerra se reproducen en los medios de comunicaci�n agobian y debilitan; impotentes porque comenzamos a sospechar que los organismos encargados de la salvaguardia de los pueblos no cuentan con las herramientas necesarias ni ostentan la suficiente autoridad como para cumplir con la misi�n para la que fueron creados: custodiar la paz.
Es tiempo de que quienes se ocupan de la ardua tarea de mediar en conflictos intrincados, como es �ste que hoy sume al pa�s de los cedros en el espanto, se avengan a considerar abordajes m�s creativos. Acaso sea conveniente rescatar la concepci�n de Gabriel Marcel, seg�n la cual un acercamiento ontol�gico a la situaci�n permitir�a una comprensi�n sinerg�tica del drama, ya que las t�cticas intelectivas resultan insuficientes para resolver el misterio.
Despu�s de todo, las ciencias m�s duras trabajan ontol�gicamente. Los grandes saltos del conocimiento cient�fico son m�s obras de la abducci�n, esa especie de inferencia intuitiva, que de los racionales procedimientos deductivos e inductivos. En gran medida, lo que la ciencia tiene de maravilloso es fruto de las licencias po�ticas de los cient�ficos antes que del rigor de la l�gica.
En conflictos en los que las vidas de miles de hombres, mujeres y ni�os se hallan involucradas, poner en operatividad la capacidad ontol�gica podr�a aportar soluciones insospechadas, cuando el di�logo, esa preciosa herramienta racional de entendimiento que profanan los hombres, demuestra ser un puente de dif�cil construcci�n.
El conflicto de Medio Oriente plantea el gran desaf�o pol�tico del siglo: trascender el modo de tratar la realidad para transformarla. Recurrir a las formas de pol�ticas establecidas, a los modos diplom�ticos finiseculares, no har� m�s que ahondar la desesperaci�n que, de acuerdo con Marcel, provoca el obstinado intento de solucionar misterios con armas inadecuadas.
No se propone con esto defenestrar la raz�n o desautorizar las pr�cticas de la racionalidad. Antes bien, hablamos de potenciarlas. Algo as� como ocurre con la geometr�a de Euclides, que nunca perdi� su valor ante la irrupci�n de las geometr�as no euclidianas. Pero lo que en la primera es una recta, en las otras se transforma en meridiano, porque la superficie ya no es plana, sino esf�rica. La realidad se ve de manera diversa, se multiplican las posibilidades, estalla el horizonte de comprensi�n.
En �reas human�sticas, trabajar desde la zona ontol�gica implicar�a recuperar la dimensi�n simb�lica de los pueblos, porque all� las palabras del odio encontrar�n el sustituto capaz de canalizar emociones y alumbrar valores de uni�n.
De esta manera, ser�a de esperar que, en el seno de esas extenuantes reuniones de pol�ticos y diplom�ticos embarcados en acciones que encaran con m�s descreimiento que convicci�n, los largos discursos fueran reemplazados por un brainstorming de ideas imposibles, met�foras sorpresivas y propuestas asombrosas.
Los feroces combates que atormentan al L�bano no s�lo involucran a israel�es y libaneses: tambi�n a sirios, iran�es, �rabes sauditas, jordanos, palestinos. La lectura racional casi un�nimemente compartida es el imperativo de extirpar Hezbollah. En lo que no se coincide es en el modo, y la soluci�n urge, porque los pueblos quieren vivir en paz de una vez por todas. �D�nde encontrarse para hacer frente al terror? �Qui�n se�ala el camino? �Qu� estatura de hombres se requiere para pronunciar la palabra que inspire la concordia? Deber�n ser hombres educados, pero �en qu� educaci�n? Deber�n ser formados en el tratamiento de lides hist�ricas, pero �bajo qu� paradigma y desde qu� discurso? Deber�n ser reflexivos, deber�n estar cerca y ser distantes a la vez, deber�n amar al pr�jimo como a s� mismos. Deber�n ser sabios. El escenario se complica, el problema se transforma en misterio, y es cuando se hace pertinente la irrupci�n ontol�gica: �y si no fueran hombres?, �y si se acudiera al s�mbolo?
Naturalmente, aparecen los cedros con su nobleza de �rbol. �Qui�n se atrever�a a negar su autoridad? �Qu� transformaciones provocar�a en los esp�ritus el pronunciamiento de su nombre y la representaci�n de su belleza? Lo dicen los salmos b�blicos: �Florece el justo como la palmera, crece como un cedro del L�bano�; lo reconfirma Mahoma en el Cor�n: ��No ves que Dios compara una buena palabra con un buen �rbol?�. Desde lo m�s profundo del tiempo, los celebra la literatura m�s antigua, cuando dice Gilgamesh: �Desde la faz de la monta�a los cedros elevan a lo alto su frondosidad. Buena es su sombra, llena de delicias�. S�mbolo de eternidad, s�mbolo de amor superlativo, el cedro es el s�mbolo de esas tierras.
En este marco, y ante las recurrentes frustraciones, no ser� caprichoso volverse a ellos y constituirlos en silenciosos mediadores de paz entre pueblos fatalmente enredados en una trampa de sangre y luto. Tal vez la magnificencia de su estirpe, la santidad de su edad eterna, la m�stica de su perfume milenario, sean el s�mbolo perfecto que pueda despertar los rincones dormidos de los hombres. Ha llegado el momento de que surjan mentes creativas en el �mbito de la pol�tica internacional. Entretanto, que medien los cedros del L�bano.
(La Naci�n � Buenos Aires)
Columnista huésped | 7 de Agosto 2006
1 Comentarios
No deja de sorprender la agudeza e inteligencia que se desprende de todos sus comentarios.
Las Delicias del Caos son un alucinante cuadro de los avatares deslumbrantes de nuestra sociedad, risue�os si se quiere, comentados a la distancia, pero dolorosamente soportados por estas generaciones, unicamente soportados si es en beneficio de nuestros hijos y nietos, de cualquier manera, muchas gracias por la esperanza.