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El retorno de los n�madas

Columnista huésped | 16 de Agosto 2006

Por N�stor Garc�a Canclini, de la Fundacion Alma. El autor es un fil�sofo y antrop�logo argentino, profesor universitario en M�xico.

Peregrinos, turistas, becarios, militares que invaden, periodistas, exiliados pol�ticos y econ�micos, m�sicos en gira internacional: �todos pueden ser amontonados bajo el nombre de n�madas? A estas diversas clases de viajeros se aplican elogios comunes en la literatura sobre nomadismo. Todos descubren algo diferente de lo habitual, se sorprenden, miran con menos ingenuidad el lugar en que crecieron, se forman una imagen m�s ancha del mundo.

Tambi�n comparten desazones. �Qui�n no se ha sentido intruso en otro pa�s, observado como extra�o, desgarrado entre lo que dej� y lo que ahora encuentra, qui�n no se ha preguntado qu� hago aqu� y cu�ndo vamos a regresar?

La intensificaci�n de desplazamientos y la multiplicaci�n de motivos por los que se viaja han cambiado la manera de pensar sobre el nomadismo. Hasta la d�cada pasada se publicaron innumerables libros y revistas, se filmaron pel�culas y videos, para celebrar los viajes. La temporada de posmodernismo exacerb� este entusiasmo. Prosas vagabundas, exaltaciones m�sticas, testimonios de viajes remotos, y hasta los paseos o interminables viajes obligatorios por las megal�polis fueron contados como traslados inici�ticos. “De todos los libros, el que prefiero es mi pasaporte”, leo en un art�culo de Alain Borer. “El viaje es una terapia contra el pensamiento �nico”, escrib�a Jacques Lacarri�re en esa �poca. Pero, �todos los viajes son terap�uticos?

Aun en un libro publicado en 2004, El nomadismo, Michel Maffesoli sostiene que son equivalentes los destierros, las migraciones, los vagabundeos y las navegaciones por Internet. Todos estar�amos mezclados -“hippies, freaks , indiani metropolitani “, jud�os diasp�ricos y guaran�es y Rolling Stones, exiliados y buscadores de viajes inici�ticos- en una despreocupaci�n dionis�aca “por el ma�ana, el gozo del momento, el arregl�rselas con el mundo tal cual es”.

Esta mirada ingenua e indiferenciada est� cambiando gracias a los estudios sobre migrantes, sobre las p�rdidas y los dramas de la memoria en los exilios y sobre las distintas formas de turismo: el de sol y playa, el ecoturismo, el �tnico y el turismo revolucionario (Chiapas, El Salvador). Tambi�n porque en los pa�ses donde m�s creci� la ret�rica nom�dica, Europa y Estados Unidos, comenzaron a preocuparse por quienes llegan como turistas y se quedan a trabajar, por los que no consiguen trabajo y se arreglan como pueden en ocupaciones ilegales, o por la inc�moda cercan�a de los millones de asi�ticos, africanos y latinoamericanos que tienen otras religiones, lenguas y costumbres que no se entienden.

A los n�madas de lujo se agregan los desocupados, los mochileros y otros que ni se sabe c�mo nombrar. Todav�a, viajar -y que los otros vengan hasta mi ciudad- puede facilitar la comprensi�n de lo diferente y ayudarnos a desmontar prejuicios, pero tambi�n replantea las oportunidades y los riesgos: la interculturalidad puede fomentar curiosidad y luego discriminaci�n.

Cibernomadismo

Pocas veces se analizan las desiguales condiciones de arraigo y movilidad. Uno de los libros que lo hacen, El nuevo esp�ritu del capitalismo, de Luc Boltanski y Eve Chiapello, se�ala que la libertad que se encuentra en la movilidad constante y la conexi�n a redes mundiales no es para todos y est� relacionada con las desigualdades y jerarqu�as en los trabajos. �C�mo teje el poderoso su relaci�n a distancia? “Contacta con el centro de una camarilla y escoge o deposita all� a alguien que mantenga esa relaci�n. El doble ha de permanecer en el lugar que le fue asignado. Su estancia en ese nudo de la red es imprescindible para los desplazamientos del poderoso; sin su presencia, el otro perder�a, a medida que se desplaza, tantas relaciones como fuera creando. El capital se le escapar�a. �De qu� le servir�a su tel�fono m�vil (gran medio de conexi�n) si no encontrara en el otro extremo, en la base, a alguien capaz de actuar en su lugar, alguien que tiene al alcance de la mano aquello sobre lo que hay que intervenir?”

Las diferencias y desigualdades -las generadas por el sistema de conexiones y las preexistentes- resurgen cuando tratamos de entender las condiciones en que tenemos acceso o somos excluidos de las redes. M�s a�n: Boltanski y Chiapello escapan de la ilusi�n de que vamos a liberarnos extendiendo ilimitadamente los contactos. Al contrario de quienes imaginan emanciparse por medio del acceso cada vez m�s veloz a las redes, llaman la atenci�n sobre el hecho de que el incremento de las conexiones puede ser “fuente de nuevas formas de explotaci�n y de nuevas tensiones existenciales”. Cuando leo esto pienso en los millones de propietarios de tel�fonos celulares que -adem�s de facilitar su trabajo y su comunicaci�n con familiares- se vuelven, gracias a esa disposici�n conectiva, trabajadores sin l�mite de horario, alcanzables en cualquier lugar y momento.

En suma: leer el mundo bajo la clave de las conexiones no elimina las distancias generadas por las diferencias, ni las fracturas y heridas de la desigualdad. Viajar -espacial o virtualmente- no sirve para escapar de las contradicciones anteriores al nomadismo global, ni a las nuevas tensiones que �ste engendra.

Ya anduve cinco kil�metros, pero en bicicleta fija. Los anchos ventanales del gimnasio permiten desde este cuarto piso ver las filas de coches que vienen desde el norte de la ciudad de M�xico, y persisten hasta lo que entreveo del sur, ocupando los dos niveles del perif�rico, tres carriles arriba, tres abajo y los dos laterales enteramente saturados. Las ocho filas de autos muestran a esta v�a r�pida, estrenada hace seis meses, casi tan desanimada como un estacionamiento.

Ahora tengo que salir a la megaciudad, donde ni los ejes viales, ni el segundo piso, acortan los viajes de dos o tres horas, el mismo tiempo en que los avances tecnol�gicos permiten desayunar en la propia casa, almorzar en otro pa�s y estar de vuelta el mismo d�a para cenar con la familia. �Qu� diferencia al nomadismo intraurbano del nomadismo internacional? Tambi�n en la propia urbe los viajes nos internan en lo desconocido, nos hacen preguntarnos por modos de vida lejanos, pueden ser aventura del asombro y la iniciaci�n. Pero la congesti�n y el agobio de la circulaci�n metropolitana no nos dejan dispuestos siempre a estos ejercicios reveladores.

La observaci�n de los comportamientos en transportes colectivos, sobre todo en las horas de abigarramiento nocturno, presenta m�s bien a multitudes cansadas, rostros absorbidos por la lectura de revistas, por el walkman , o sumergidos en la simple indiferencia hacia los dem�s; el sombr�o malestar de este �ltimo trabajo de la jornada que es regresar a la casa. Es aplicable a muchos viajes urbanos lo que Alain Borer dice de los viajes m�s largos “en esta nueva era en que todo puede ser t�nel. El viajero se encierra en su trayecto, rechaza el paisaje”.

Ciudadan�as flexibles

La condici�n n�mada de millones de personas, el hecho de que cada sociedad sea multicultural y tengamos m�ltiples pertenencias, lleva a repensar qu� significa ser ciudadano. A muchos nos identifica tanto el lugar de nacimiento como el que elegimos para vivir; el sitio de residencia como los viajes, sobre todo para quienes son trabajadores temporales o sus empleos les exigen residencias diversas. Tenemos, como dice James Clifford, “afiliaciones diasp�ricas”.

Sin embargo, los Estados y las legislaciones nacionales hacen como si todos continu�ramos viviendo permanentemente en el pa�s donde nacimos. Las pol�ticas educativas y de derechos humanos mantienen recortes fronterizos para las personas aun cuando las inversiones econ�micas y los circuitos de comunicaci�n fluyen transnacionalmente. Es m�s f�cil el “nomadismo” de los intereses empresariales y de los dispositivos de seguridad militar y policial que el de las personas. No desconocemos que hay razones para mantener las fronteras y las nacionalidades diferenciadas, por ejemplo, para proteger el patrimonio natural, hist�rico y econ�mico, regular los flujos migratorios, controlar el narcotr�fico y otras modalidades de la globalizaci�n criminal, y, por supuesto, defender la continuidad de las culturas locales. Pero estos motivos de prevenci�n han tenido poco peso en los apurados acuerdos de libre comercio entre los pa�ses del Mercosur y los de Am�rica del Norte

Los flujos migratorios tambi�n tienen que ver con derechos humanos b�sicos y con la comunicaci�n y comprensi�n entre naciones. Implican a la educaci�n como formadora de la mirada sobre los diferentes, y a la pol�tica cultural donde se seleccionan patrimonios y se excluyen otros, se transmiten discriminaciones o se ayuda a apreciar lo diverso.

�C�mo avanzar en estos campos interconectados? Mientras no logremos garantizar modos flexibles y multinacionales de ejercer la ciudadan�a, la afirmaci�n de que el viaje para muchos puede tener el aspecto de traves�a por un t�nel ser� no s�lo una met�fora.

(La Naci�n � Buenos Aires)

Columnista huésped | 16 de Agosto 2006

1 Comentarios

* #585 el 16 de Agosto 2006 a las 10:04 PM Julia dijo:

Excelente art�culo. Muy l�cido. Lo copi� en Ticaragua

http://mipatriaesticaragua.blogspot.com/

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