Adem�s de los numerosos h�roes an�nimos -hombres y mujeres- y de nuestro h�roe popular Juan Santamar�a, sin duda que las figuras cardinales de la Campa�a Nacional son el presidente Mora y el general Ca�as. Amigos leales, as� como cu�ados, incluso morir�an en circunstancias similares.
Pero, �qui�n era �l, realmente? Sin duda, un personaje fascinante, en cuya vida me he podido adentrar un poco gracias a una conferencia que ofreciera don Alberto (Beto) Ca�as, convertida despu�s en un peque�o libro. Es decir, este querido intelectual y escritor, como bisnieto suyo que es, porta en su acervo los genes de ambos h�roes y es quiz�s por eso que siempre se ha identificado con hermosas causas c�vicas y patri�ticas.
Nacido en 1809 en Suchichoto, El Salvador, Jos� Mar�a Ca�as Escamilla era el mayor de ocho hijos (Francisco, Josefa, Manuel, Ana Mar�a, Eduviges, Angela y Joaqu�n) de do�a Francisca Ca�as Escamilla, de origen pudiente. Militar de carrera, lleg� a ser capit�n en el ej�rcito del general hondure�o Francisco Moraz�n, con quien lleg� a Costa Rica en 1840 en la goleta Izalco, cuando gobernaba Braulio Carrillo. A Moraz�n �l no le permiti� establecerse aqu�, pero a Ca�as s�, a quien incluso nombr� comandante de Mo�n, puerto caribe�o entonces acosado por los zambos mosquitos.
Cuando, en 1842, Moraz�n derroc� a Carrillo y asumi� la presidencia -aunque morir�a fusilado cinco meses despu�s, en setiembre de 1842-, Ca�as permaneci� en Mo�n. A�os despu�s fungir�a como administrador de la aduana de Puntarenas, laborar�a por un tiempo en San Jos� como joyero o platero -pues era diestro en confeccionar finos anillos y pulseras- y se convertir�a en intendente general (especie de contralor o administrador). Asimismo, en el gobierno de Jos� Mar�a Castro Madriz se le nombr� coronel y, despu�s, Ministro de Hacienda y Guerra.
En 1843 se cas� con Guadalupe, la hermana mayor don Juanito, con quien procre� diez hijos, entre ellos seis mujeres (Adela, Angela, Rosal�a, Mercedes, Elena y Ana Mar�a) y cuatro varones (Jos� Mar�a, Juan Jos�, Francisco y Rafael); por cierto, su hermano Manuel se cas� con Eleodora, tambi�n hermana de aqu�l. Afamado como seductor y mujeriego, tuvo muchos m�s hijos fuera del matrimonio, tantos como �ese n�mero exorbitante de hermanos que mi abuelo dec�a haber encontrado en la ruta Puntarenas-Liberia� (muy frecuentada por �l en diferentes momentos de la Campa�a) entre quienes �no hay descendientes identificados�, en las palabras de don Beto.
Pareciera que tal promiscuidad la hered� de Jos� Marcelo Avil�s, el cura de Suchichoto, quien era su padre y el de sus siete hermanos, vale decir, �un cura que no ten�a cura�, en la jocosa sentencia de don Beto. Avil�s incluso bautiz� a Ca�as, quien ser�a adoptado por su abuelo, el espa�ol Juan Jos� de Ca�as, casado con In�s Escamilla, nicarag�ense.
Cabe se�alar que, a pesar de tan amplia prole, por diversas circunstancias el apellido Ca�as se mantendr�a �nicamente en los descendientes de su hijo Rafael, con el binomio Ca�as Iraeta pues �l se casar�a con las hermanas Rita (de quien enviud�) y Rosa Iraeta; con la primera procrear�a cuatro hijos y tres hijas, y con Rosa tres varones y dos mujeres. Otro renombrado bisnieto suyo, pero descendiente de su hija Angela -casada con el peruano Antonio Valle Riestra, de notable actuaci�n como capit�n naval durante la Campa�a-, fue el poeta Juli�n Marchena.
Retornando a Ca�as, siendo presidente don Juanito, lo nombr� gobernador de la comarca de Puntarenas, donde descoll� tanto y era tan querido, que incluso se le erigi� un monumento en la plaza principal de la ciudad (parque Victoria), que era un obelisco de madera. Pero su vertiginosa carrera p�blica alcanzar�a el mayor brillo durante la Campa�a, como General en Jefe del Ej�rcito.
Cuando sobrevino la amenaza filibustera, don Juanito le encomend� la delicada tarea de custodiar nuestra frontera, por lo que lo destac� en Liberia, Guanacaste. Ah�, donde confluyeron nuestras tropas en marzo de 1856, se percibir�a su indudable liderazgo y mando, visi�n de estratega militar y arrojo. Pero tambi�n fueron proverbiales su don de gentes, trato fino, humildad y solidaridad con sus subalternos; curiosamente, hasta William Walker ten�a buen concepto de �l. Tambi�n destacar�a en la movilizaci�n de las tropas abatidas por el c�lera, desde Rivas, no solo compartiendo el dolor con nuestros combatientes, sino incluso exponi�ndose al contagio.
Asimismo, sobresaldr�a en varias jornadas b�licas durante la segunda etapa de la Campa�a en el istmo de Rivas, gan�ndose el respeto total de los ej�rcitos aliados, dif�ciles de conciliar. Y, por su habilidad para conciliar, don Juanito le encargar�a negociar el tratado de l�mites con Nicaragua (Ca�as-Jerez), lo cual hizo con �xito. Despu�s ser�a su Ministro de Hacienda y Guerra.
Acompa�ar�a a don Juanito cuando fue derrocado y desterrado a El Salvador, donde el presidente Gerardo Barrios lo nombrar�a como Comandante General del ej�rcito salvadore�o. Y cuando aqu�l decidi� retornar para reconquistar el poder, tambi�n lo acompa��, al igual que a la muerte.
Don Juanito acept� ser fusilado con tal de salvar a sus compa�eros de lucha. Le garantizaron que Ca�as y los otros ser�an desterrados. Poco despu�s de su muerte, el emisario Francisco Mar�a Iglesias -enemigo jurado de don Juanito, a quien otrora �ste hab�a acusado de conspiraci�n- envi� un parte a San Jos�, detallando lo resuelto. A la ma�ana siguiente el Consejo de Gobierno sesion� y acord� -faltando a la palabra empe�ada, al parecer por influencia de un personaje que quer�a cobrar una vieja deuda de amores- que Ca�as fuera fusilado.
Ese 1� de octubre al mediod�a el capit�n Ram�n Castro, junto con Pablo Quir�s, sal�an a galope forzado con la sentencia de muerte, suscrita por el ministro de Gobernaci�n Aniceto Esquivel (presidente en 1876-1880). Atravesando la escarpada ruta de los Montes del Aguacate, muy embarrialada y resbaladiza por las lluvias de la �poca, tem�an que al llegar a Puntarenas ya Ca�as y los otros hubieran embarcado. Pero no fue as�. Llegaron con el alba. Perplejos, Iglesias y el general M�ximo Blanco, acataron la orden. Le avisaron a Ca�as. Este escribi� tres breves cartas, rebosantes de serenidad, una tras otra: al presidente Barrios, a Eduardo Beeche (cuyo hijo hom�nimo se cas� con Adela Ca�as, su hija) y a su esposa, entonces en El Salvador. Esta dec�a:
�Puntarenas, Octubre 2 de 1860 / Mi Lupita. / Voy a ser fusilado dentro de dos horas. A nadie culpes en tu dolor por semejante suceso; y esto hazlo en memoria m�a. / Reduce tu familia cuanto puedas para que puedas soportar tu pobreza. Probablemente no podr�s conseguir nada de tus bienes; pero Dios a ninguno desampara. / Propone a Don Santiago Gonz�lez que te d� dos o tres mil pesos, y que quede por su cuenta sola, la empresa del camino. Yo no le escribo sobre esto por falta de tiempo. / Aqu� poseo �nicamente mi reloj y unos pocos reales que ser�n entregados a Manuel, quien entiendo ir� a esa para consolarte. Mis hermanos cuidar�n de ti. Estoy muy seguro. / Jos� Mar�a Ca�as.�
Y a las nueve de la ma�ana, bajo el mismo �rbol de jobo en que dos d�as antes hab�an muerto don Juanito e Ignacio Arancibia, ca�a fusilado Ca�as. Y as� se engrandec�a ante la historia.
Luko Hilje | 10 de Agosto 2006
1 Comentarios
Si no fuera por el General Ca�as (y a un peque��simo grupo de hombres de su estatura moral), en Costa Rica, la palabra “militar” s�lo ser�a un insulto.