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Homo homini lupus

Columnista huésped | 31 de Julio 2006

Por Manuel Formoso

En 1651 Thomas Hobbes public� en Inglaterra El Leviat�n, una de las obras m�s profundas en la historia del pensamiento pol�tico. En ella nos dice que, antes de crear el Estado mediante un pacto, los hombres viv�an en un estado natural de guerra de todos contra todos. El m�s fuerte se impon�a al d�bil y la �nica norma v�lida para sobrevivir era el uso de la fuerza. El hombre era un lobo para el hombre (homo homini lupus). Para terminar con esta terrible convivencia, el pacto que los hombres suscribieron consist�a en una renuncia a todos sus derechos naturales, a favor de un tercero (el Estado), que no tiene m�s obligaci�n que la de dictar leyes y crear un orden social donde no haya campo para la disidencia. El Estado aplastar� a los hombres que no lo obedezcan como si se tratara de hormigas. De esta manera est� garantizada una cierta libertad con el disfrute de la propiedad y la pac�fica convivencia.

El siglo XVI fue un siglo tormentoso para Inglaterra. Por primera y �nica vez en su historia, se decapit� a un rey, Carlos I, en 1649, y Oliver Cromwell gobern� la Rep�blica de Inglaterra m�s o menos en los t�rminos expuestos por Hobbes. Cerr� el Parlamento y en su puerta puso un r�tulo: “Se alquila”. Cromwell no dur� mucho en el poder, entre otras cosas por la larga tradici�n parlamentaria inglesa, y a los pocos a�os se restableci� la monarqu�a que, poco a poco, acept� compartir su poder con el Parlamento y renunciar a parte de sus potestades; renuncia que cada vez fue m�s amplia hasta llegar a la monarqu�a constitucional actual, donde el rey reina pero no gobierna. Las democracias de nuestros d�as se han inspirado en la inglesa; entendemos que la soberan�a reside en el pueblo, pero la delega en sus representantes: el parlamento y el jefe del poder ejecutivo.

Desgraciadamente, en el orden internacional, por siglos, la ley del m�s fuerte es la que se ha impuesto con las consiguientes guerras que dejaron miles y luego millones de muertes. En el siglo XX estallaron dos enormes conflictos armados; de 1914 a 1918 la Primera Guerra Mundial, particularmente sangrienta por la enorme cantidad de combatientes muertos en las trincheras. A su final, muchos dirigentes pol�ticos, horrorizados por lo que hab�a ocurrido, fundaron la Liga de las Naciones en Ginebra, con la esperanza de crear un orden internacional que acabara con el estado de naturaleza en que viv�an las naciones soberanas. La Liga fue un fracaso para detener la guerra y antes de 20 a�os, en el verano de 1939, Adolfo Hitler invadi� Polonia y desat� la Segunda Guerra Mundial, que fue a�n m�s sangrienta y destructiva pues los muertos fueron por millones y las ciudades, arrasadas por centenares. Dos bombas at�micas arrojadas sobre Jap�n, cuyo recuerdo todav�a causa horror, fortalecieron la incipiente organizaci�n de Naciones Unidas, reci�n creada, como una nueva instancia de derecho internacional, para permitir el di�logo, evitar las guerras y sacar a los Estados soberanos del estado natural, imaginado por Hobbes.

En estos primeros a�os del siglo XXI hemos visto hecho a�icos el orden internacional; la aparici�n del terrorismo global, el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York y la consiguiente reacci�n de los pa�ses agredidos, haciendo justicia por su propia mano, nos ha llevado al Estado hobbiano. EE. UU., invadiendo Iraq por su cuenta, incapaz de controlar la guerra civil que ha provocado su invasi�n, causando centenares de muertos diariamente y apoyando constantemente a Israel en sus ataques a los palestinos y ahora a L�bano, ha generado naturalmente una respuesta cada vez m�s violenta de parte de los terroristas, violencia que alcanza niveles peligros�simos para toda la humanidad.

Ir�nicamente, esta violencia sin l�mite arranca de tierras palestinas, donde hace 2.000 a�os un hombre extraordinario, tanto como para que sus seguidores lo tengan como hijo de Dios, predic� que Dios es amor y la mayor obligaci�n de sus seguidores es amar al pr�jimo como a s� mismo. En estos momentos de confusi�n y angustia, cabe preguntarse: �pereceremos con el homo homini lupus de Hobbes o encontraremos la paz con Jes�s de Nazaret y su amaos los unos a los otros?

(La Naci�n)

Columnista huésped | 31 de Julio 2006

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