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El creador de su �poca

Columnista huésped | 20 de Junio 2006

Por Julio Mar�a Sanguinetti, ex presidente de Uruguay

Entre 1903 y 1929, a�o en que muere don Jos� Batlle y Ord��ez -cuando el mundo se hund�a en las dram�ticas consecuencias de la crisis de la Bolsa de Nueva York-, Uruguay vivi� el per�odo de mayor transformaci�n de su historia y, a la vez, marc� un hito en ese esfuerzo -a�n hoy mundialmente vigente- de conciliar la institucionalidad liberal con el solidarismo social. Al cumplirse los 150 a�os de su nacimiento, se celebran este a�o homenajes recordatorios de su figura de formidable estadista, “el creador de su tiempo”, seg�n el historiador norteamericano Milton Vanger, el estadista que, mirado en una perspectiva hist�rica, produjo el nacimiento de la primera socialdemocracia.

Hijo del presidente Lorenzo Batlle, de �l hered� la tradici�n del gobierno de La Defensa (1843-1851); su esp�ritu universalista, su filosof�a liberal, su raigambre institucionalista, definitorias de aquel movimiento de la historia rioplatense erigido como basti�n opositor a la tiran�a rosista. Esa forja principista ensanchar� su visi�n ideol�gica con un esp�ritu de reformismo social, que le inspirar� la construcci�n de “un peque�o pa�s modelo”. La filosof�a de Krause, el derecho natural de Ahrens y algunas ideas del norteamericano Henry George ser�n las vertientes que configurar�n su pensamiento, precedido de largos estudios te�ricos.

Sus ideas, muchas de ellas audaces aun para nuestra concepci�n contempor�nea, traducen la cosmovisi�n de un Estado liberal, estrictamente laico, protector de los seres m�s d�biles, instrumento de reforma social y herramienta impulsora de un desarrollo econ�mico progresista. Y decimos “progresista” en el sentido del siglo XIX, de impulso hacia adelante, incorporaci�n de los mejores logros de la revoluci�n industrial, a la vez que b�squeda constante del equilibrio de una pol�tica que descart� la “lucha de clases” socialista para armonizar los diversos intereses en el ejercicio de una democracia amplia y plural.

En lo institucional, su aversi�n al caudillismo lo llev� a sostener, tozudamente, la idea de un poder ejecutivo despersonalizado, por medio de un sistema colegiado. Luch� ardorosamente por esa reforma y cosech� as� su primera derrota electoral, al elegirse la Constituyente que habr�a de consagrar su obra y para la que fueron mayor�a las fuerzas anticolegialistas. Igualmente logr� que la Constituci�n de 1917 dividiera el Ejecutivo entre un presidente de la Rep�blica, encargado del orden p�blico y las relaciones exteriores, y un Consejo Nacional de nueve miembros, competente en el resto de la administraci�n. M�s all� del muy discutido m�rito de la propuesta, su parcial experiencia (dur� hasta 1933) civiliz� la vida c�vica, al acostumbrar a los partidos a la convivencia democr�tica en el gobierno.

En el terreno human�stico, propugna, y logra (1907), la abolici�n de la pena de muerte, sustentada en una larga campa�a period�stica propia y en una pr�dica te�rica timoneada por el doctor Pedro Figari, ilustre penalista y diputado colorado, m�s conocido por la inspirada obra pict�rica que realiz� en su madurez. Crea la Universidad Femenina, para superar la discriminaci�n de hecho que viv�a la mujer. Organiza liceos secundarios gratuitos en cada ciudad cabeza de departamento. Impulsa la ley de divorcio (1907) y extiende luego, como privilegio exclusivo para la mujer (hoy la llamar�amos discriminaci�n positiva), el derecho a disolver el v�nculo conyugal por su sola voluntad, sin necesidad de juicio probatorio, por entonces instancia mucho m�s penosa para la esposa que para el marido (1913). Legisla con amplitud liberal la investigaci�n de la paternidad, estableciendo los derechos sucesorios de los hijos naturales y el reconocimiento a la madre soltera (1914). Proh�be las corridas de toros, ri�as de gallos y todo espect�culo que suponga el sufrimiento de un animal (1913).

Es el gran pionero de la legislaci�n social: la ley de 8 horas (1915), la licencia especial de la maternidad (1915), el descanso rotativo, la ley de seguro de accidentes de trabajo (1914), el sistema general de jubilaci�n y especial de pensiones a la vejez para aquellos que no alcanzaran la jubilaci�n, instauraci�n de las indemnizaciones por despido (1914), los cursos nocturnos de educaci�n primaria y secundaria (1906). Se establecen as� las bases de lo que luego se llamar�a Estado benefactor, sustento de un s�lido desarrollo democr�tico.

Completa el proceso de laicidad del Estado con su separaci�n de la Iglesia, en la reforma constitucional de 1917. Desde 1865 ven�a desarroll�ndose paulatinamente esta tendencia, que en la escuela “laica, gratuita y obligatoria” de Jos� Pedro Varela (1876) hab�a alcanzado su asiento principal. Al incorporarse al texto m�ximo la concepci�n de un Estado neutral -no opuesto a la religi�n sino imparcial- quedar�n atr�s para siempre las encendidas pol�micas que tanto sacudieron a la sociedad de entonces, abri�ndose un amplio espacio de convivencia, inalterado hasta hoy.

En la orientaci�n que en estos d�as m�s se le cuestiona, instaura el monopolio de los seguros en manos del Estado (1911), nacionaliza el Banco Hipotecario (1912), institucionaliza el Banco de la Rep�blica (1911) y establece los monopolios de la electricidad (1912) y de la explotaci�n del puerto de Montevideo (1908). “Ni la competencia es siempre ben�fica, ni los monopolios son siempre condenables”, dir�, defendiendo una tesis que no ve�a en la empresa p�blica una concepci�n final sino una necesaria etapa intermedia, requerida por las circunstancias del momento, en que la libertad econ�mica no aseguraba elementos esenciales para el desarrollo. Esa ampliaci�n de los fines del Estado en el terreno econ�mico, donde incluso desarrolla un incipiente proteccionismo industrial, tendr� m�s tarde evoluciones trascendentes, tanto de positiva afirmaci�n como de peligrosa hipertrofia.

En el plano internacional, desarroll� la teor�a del arbitraje obligatorio para la soluci�n pac�fica de controversias entre los Estados. Lo hace en La Haya en 1907, presentando -pioneramente- un proyecto de creaci�n de la Sociedad de Naciones. Cuando en 1919 el presidente Woodrow Wilson logra, en el Tratado de Versailles, llevar a la pr�ctica su constituci�n, el internacionalista argentino Mariano Drago es quien recuerda la idea original de Batlle, rindi�ndole su homenaje.

De esta rese�a, que apenas esboza su obra, resulta claro que Batlle y Ord��ez fue un adelantado para su tiempo y que no se puede entender nada de Uruguay del siglo XX, ni aun del de hoy, con sus luces y con sus sombras, sin la referencia permanente a este hombre de Estado que no dio tregua en su lucha por afianzar la democracia liberal mediante el necesario sustento social que corporiza, en el ascenso de los m�s necesitados, la generosidad de su filosof�a.

(La Naci�n � Buenos Aires)

Columnista huésped | 20 de Junio 2006

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