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Para qu� sirve ser culto

Columnista huésped | 29 de Mayo 2006

Por Mario Vargas Llosa

Como todos los hoteles de la ciudad estaban llenos, la Universidad Libre de Bruselas me aloj� en la casa particular de una pareja belga, Danielle y Michel Wajs-Waks, y debo a esa circunstancia una de las experiencias m�s estimulantes que he tenido: haber visto de cerca, y poco menos que olido y tocado, la manera en que la cultura en general, y la filosof�a en particular, puede enriquecer y embellecer la vida de la gente com�n y corriente.

Aunque llamar a Danielle y Michel �comunes y corrientes� es bastante inexacto, pues, gracias a su amor a las artes, las letras y, sobre todo, a las ideas, ambos son personas bastante infrecuentes en el ambiente en que se mueven. Ninguno de los dos se dedica profesionalmente a aquello a lo que entregan todas sus horas libres, un tiempo que se las han arreglado para preservar, como algo precioso e indispensable, en unas existencias enormemente atareadas en actividades que est�n muy alejadas de lo que se suele llamar el medio intelectual. Y, sin embargo, dir� que en pocos amigos intelectuales he advertido un entusiasmo tan genuino y un aprovechamiento pr�ctico tan feliz de lo que estamos acostumbrados a llamar cultura.

Todo lo que rodea a esta pareja parece impregnado de reminiscencias filos�ficas, literarias o art�sticas, empezando por la casa en la que viven, una construcci�n ins�lita en un barrio residencial bruselense de edificios decimon�nicos o de principios del siglo XX, inspirada en la vivienda que Ludwig Wittgenstein dise�� para su hermana en Viena.

La amplia, luminosa residencia, de techos altos y cuartos rectangulares, rodeada por un jard�n lleno de patos, tiene esculturas y pinturas modernas y, por doquier, libros y revistas entre los que prevalecen los de filosof�a: la cl�sica y la moderna, la francesa, la alemana, la griega, la inglesa, y una gran variedad de diccionarios y manuales especializados en sistemas, teor�as y fil�sofos.

Revis� algunos de ellos y encontr� que estaban anotados, con profusi�n de comentarios al margen, siempre con l�piz. La filosof�a es la pasi�n de Michel Wajs, que nunca tom� un curso de filosof�a en su vida, pues su formaci�n universitaria fue la econom�a. Tampoco ha dictado jam�s una clase, aunque s� ha asistido a conferencias y seminarios, siempre como oyente y, estoy seguro, tratando de pasar inadvertido. Nadie que lo oye hablar, con esa voz suavecita y algo t�mida, relacionando constantemente la circunstancia del momento con ciertas afirmaciones cr�ticas o tesis venidas de alg�n fil�sofo o ensayista y apoy�ndose en �stas para explicar o entender mejor aquello de que se habla, se imaginar�a que la vida de Michel Wajs ha transcurrido muy lejos de las aulas, las academias y las universidades.

Porque Michel Wajs es un hombre de negocios y, a juzgar por las apariencias, muy exitoso. Hered� una peque�a empresa de su padre, dedicada a dise�ar y producir �tiles de escritorio, y ahora que raspa los sesenta a�os aquella firma ha crecido y se ha multiplicado gracias a su empe�o y visi�n, a�adiendo a su cat�logo una gran variedad de productos, desde objetos de viaje y de decoraci�n hasta mobiliario, y sus clientes se extienden por todo el mundo, sobre todo en Asia, lo que lo lleva a tomar aviones con frecuencia.

�C�mo se las arregla para leer lo mucho que ha le�do y lee? Su caso prueba la gran mentira que dicen aquellos que se lamentan de no tener tiempo para leer todos los libros que quisieran por las obligaciones que les abruman. Michel y Danielle �ella es m�dica y trabaja en un hospital haciendo investigaci�n en bioqu�mica y diagn�stico� dedican muchas horas al d�a a quehaceres que los tienen alejados de su hermosa biblioteca y, sin embargo, han le�do y leen con avidez, y mucho, much�simo, porque desde muy j�venes descubrieron que los buenos libros son, adem�s del mejor entretenimiento, una fuente incomparable de placer, un alimento gracias al cual la vida cotidiana, aun en sus manifestaciones m�s pedestres y rutinarias, puede ser mejor y vivida con m�s entereza y lucidez.

Esa pasi�n por la lectura que ambos comparten no los ha vuelto ni pedantes ni librescos. Detesto a esos exhibicionistas que andan por el mundo alardeando de lo que acaban de leer y estrangulando las conversaciones con sus citas impertinentes.

No es el caso de los Wajs. Ambos son discretos, muy poco propensos a hablar de s� mismos �de hecho, tuve que sacarle con cuchara a Michel de qu� modo se ganaba la vida� y las alusiones a los libros vienen a sus labios con absoluta naturalidad, generalmente con alegr�a, porque esto que estamos viendo, o comentando, o recordando, �no resulta extraordinariamente claro teniendo en cuenta aquello que, por ejemplo, dec�a Martin Buber sobre la condici�n humana o Emmanuel Levinas al hablar de la moral?

La especializaci�n ha ido empujando a la filosof�a en la �poca moderna muy a menudo a expresarse en un lenguaje cifrado, que la pone fuera del alcance de los no profesionales, lo que ha hecho que la inmensa mayor�a de la gente, aquellos que, como Danielle y Michel Wajs, forman parte del com�n, den totalmente la espalda a un quehacer que les parece artificioso y abstracto, sin mayores contactos con sus problemas cotidianos, es decir, una tarea intelectual oscurantista e impr�ctica. Lo extraordinario en el caso de Michel y Danielle es que hayan conseguido, guiados por la intuici�n y el instinto de buenos lectores y su amor a las ideas, ir desentra�ando en ese intrincado bosque donde tantos se aburren y extrav�an los tesoros escondidos bajo la espesura o el l�gamo, y recuperar en el pensamiento filos�fico lo que fue su raz�n de ser, lo que hizo que surgiera: explicar la vida y ayudar a vivir.

Dije que no eran librescos y lo que quer�a decir es que ese intenso comercio carnal que ambos tienen con los libros no los ha privado de interesarse por las otras cosas buenas y exaltantes que propone la vida. Van poco al cine y ven apenas televisi�n, cierto, pero gozan con el arte y pasear con ellos por Brujas, en ese soleado d�a, fue formidable, no s�lo por la belleza de los canales y las viejas residencias diminutas apretadas a sus orillas donde la Edad Media todav�a parece aletear, sino porque, gracias a sus comentarios e informaciones, los Brueghel, los Van Dyck, los Memling, los Rubens, los retablos flamencos primitivos, parec�an remozarse y proponerse, serviciales y espl�ndidos, como un ant�doto al pesimismo, a la frustraci�n, a la desmoralizaci�n, como una contundente demostraci�n de que, pese a todo, claro que la vida vale la pena de ser vivida.

Pero tambi�n vi a los Wajs entusiasmados como chiquillos mientras me mostraban, en ese �chato pa�s� del que Jacques Brel cantaba que sus �nicas monta�as eran las torres de sus catedrales, antiqu�simas posadas con alambiques y porrones de cerveza tan espesa que parec�a s�lida, o cuando me contaban an�cdotas o aspectos del trabajo de dos pintores que yo admiro y que ellos conocen al dedillo �Ensor y Delvaux� o cuando nos enfrasc�bamos en una discusi�n estupenda sobre Israel y Palestina.

�Por qu� me ha impresionado tanto esta pareja con la que la casualidad hizo que compartiera unos cuantos d�as en Bruselas? No creo que fuera solamente por lo amables y hospitalarios que se mostraron con el hu�sped que les infligi� la Universidad Libre. Ha sido principalmente porque, conviviendo con ellos, comprob� de pronto c�mo aquellas cosas que uno dice porque hay que decirlas, porque sin duda son ciertas, pero en las que no se detiene nunca a reflexionar, en su caso lo eran de verdad, de una manera que saltaba a los ojos y lo probaba a cada instante: que la cultura, la literatura, las artes, la filosof�a desanimalizan a los seres humanos, extienden extraordinariamente su horizonte vital, atizan su curiosidad, su sensibilidad, su fantas�a, sus apetitos, sus sue�os, los hacen m�s porosos a la amistad y al di�logo, y mejor preparados para enfrentar la infelicidad.

Y la comprobaci�n era tanto m�s rotunda cuanto que ni Michel ni Danielle parec�an estar siquiera conscientes de ello: la vida se les hab�a ido organizando de tal modo, por un azar de afinidades y gustos compartidos, que en un mundo en el que la cultura adquiere cada vez m�s el semblante de un quehacer aparte, de un monopolio de cl�rigos vanidosos y poco comprensibles, ellos hab�an ido devolviendo al crear, al pensar, al escribir, su vocaci�n primigenia: la de hacer m�s comprensible y llevadera la vida.

�Por qu� no hay en el mundo m�s gente como Danielle y Michel? Si la hubiera, estoy seguro de que habr�a menos guerras, menos fanatismo, menos violencia, menos estupidez.

�Tiene la mala educaci�n reinante en casi todas partes la culpa de que la cultura sea un lujo prescindible para cada vez m�s gente? Tal vez sea al rev�s: porque la cultura es un reducto de minor�as es que la educaci�n anda como anda. Pero la educaci�n no puede suplir por s� sola lo que anda mal en las familias, y en los medios, y en las costumbres y los usos de una sociedad. Acaso parte de la culpa la tengan tambi�n los hombres y las mujeres de cultura, que andan por las nubes y miran, cuando los miran desde esas alturas, a los indoctos con infinito desinter�s, sin hacer el menor esfuerzo por llegar a ellos y seducirlos. En realidad, no tengo una respuesta que me convenza a m� mismo. Pero s� s� que no es verdad que una rica vida cultural sea imposible por razones pr�cticas en ese mundo fren�tico y ocupado que es el de la mayor�a de los mortales. Y, si no me lo creen, vayan a Bruselas, vean e imiten a Michel y Danielle Wajs.

(El Pa�s � Madrid)

Columnista huésped | 29 de Mayo 2006

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