Por Rodrigo Quesada Monge
Las discusiones, reflexiones, cr�ticas y contra cr�ticas, los chismes y los traumas que ha producido la posible aprobaci�n, o desaprobaci�n del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos en Costa Rica, han abierto un boquete insuperable en la democracia convencional que se practica en este pa�s centroamericano. Considerada por mucho tiempo una de las rep�blicas latinoamericanas con mayor trayectoria democr�tica, el TLC y las recientes elecciones presidenciales, ganadas por el premio N�bel de la Paz Oscar Arias S�nchez, Costa Rica se ha visto enfrentada, casi de repente, con una de las decisiones econ�micas, sociales, pol�ticas y humanas m�s trascendentales de sus �ltimos cincuenta a�os de historia.
Aparte de que Arias S�nchez llega al poder por segunda vez mediante un malabarismo anti constitucional de lo m�s obsceno que nadie pueda imaginar, el TLC y su conjuro ponen en evidencia la gigantesca ingenuidad (que no ignorancia) de que hacen gala nuestros pueblos, cuando de tomar decisiones vitales se trata. En Costa Rica, el resultado de las pasadas elecciones fue una forma de llamar la atenci�n de nuestros pol�ticos, respecto a que las tareas y compromisos hist�ricos no siempre coinciden con los gestos, el divismo y la parafernalia del oportunismo electoral en que nos sumen cada cuatro a�os. Nuestros pueblos han aprendido a despejar la diferencia que existe entre la estupidez consciente y la inconsciencia del estupor.
La discusi�n del TLC, que a�n no se da con la profundidad requerida, exigir�a un nivel de participaci�n para el cual la democracia burguesa costarricense no est� preparada. No cuenta con las instituciones requeridas, ni con los instrumentos indicados para hacerlo exitosamente, porque la obsesi�n de sus pol�ticos, ide�logos y defensores a sueldo solo alcanza para justificar una defensa irracional y malograda de lo que es la idea del estado. A los defensores viscerales del TLC solo les preocupa la forma en que impactar� su aprobaci�n o desaprobaci�n la institucionalidad burguesa. No les preocupa que se discuta, se reflexione y se piense sobre la gravitaci�n que tendr� un tratado como �ste en la vida cotidiana de las personas. Los t�cnicos de que se ha hecho rodear el presidente electo en Costa Rica, solo ven una cuesti�n: c�mo fortalecer institucionalmente un estado, un estilo de estado, que ya hizo aguas desde hace unos treinta a�os. El estado social de derecho que se construy� entre los a�os 1940 y 1980 sigue vigente en el funcionamiento de algunas instituciones, pero la aspiraci�n humanitaria y solidaria, �ticamente sustentada en el buen tino del servicio ofrecido oportunamente, ha desaparecido por completo. Ciertas de nuestras instituciones m�s queridas han sido vaciadas y saqueadas de una forma insolente e irresponsable. El despojo y cierre del Banco Anglo Costarricense, una venerable pieza estatal fundada en 1863, y que vino al mundo como emblema del exitoso y productivo mundo cafetalero en Costa Rica, es un ejemplo de lo que espera al Instituto Costarricense de Electricidad (ICE), al Instituto Nacional de Seguros (INS) y a la ya maltrecha y humillada Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).
Con el TLC y con los delirios por recuperar el vetusto e inopinado estado benefactor, algunos t�cnicos del gobierno reci�n electo pretenden exponernos a la triste experiencia de ver agonizar progresivamente instituciones que fueron creadas para servir a nuestro pueblo, ahora distorsionadas en virtud de llenar los huecos que se han abierto en la democracia costarricense. Este pueblo consigui� darles cristalizaci�n hist�rica y social a estas instituciones despu�s de un largo y doloroso proceso que, hoy, con el TLC se pretende despachar de un plumazo.
El TLC es algo m�s que un simple conjunto de instrumentos t�cnicos para acabar con la independencia estatal, tecnol�gica y cultural de nuestros pueblos, es tambi�n una forma muy efectiva de hacer democracia burguesa neoliberal de la buena, cuando se aprueba en pa�ses donde la guerra ha dejado hiatos inconmensurables como en El Salvador, Guatemala y Colombia. Estos tratados de libre comercio, vienen a ser dise�ados y perfilados con el criterio de que el tr�fico internacional de mercanc�as hacen m�s ricos a los pueblos que antes carecieron de todo. Pero resulta que en pa�ses donde pr�cticamente sus mercados internos han sido destruidos por las guerras, los �nicos que pueden comprar son aquellos que se han enriquecido con las miserias y las carencias que tales guerras han generado en los m�s pobres. Un TLC concebido en esos t�rminos tiene mucho de insulto y de una verdadera bofetada para los necesitados.
En pa�ses como Costa Rica o Panam� donde el TLC todav�a no se aprueba o ha sido obstaculizada su aprobaci�n veleidosa a golpe y porrazo, la democracia burguesa convencional necesita demostrarle al mundo que sus instituciones funcionan, aunque ello signifique darle cabida a la megaloman�a de algunos dirigentes que se saltan todos los procedimientos de esa misma democracia burguesa para hacernos creer que la historia les pertenece. La vieja tragedia de estos pueblos, la presencia, existencia y curso corriente de dictadores, dictadorcillos y nigromantes de toda ralea, fieros creyentes en su infalible iluminaci�n por parte de una Providencia que solo golpea a los m�s pobres, sigue predominando en la historia de Am�rica Latina, de Am�rica Central y de la obediente, sumisa y circunspecta Costa Rica.
Con la aprobaci�n o desaprobaci�n del TLC, se nos har� m�s que evidente cu�les son los l�mites de aquella sumisi�n. En nuestro pa�s puede confundirse f�cilmente sumisi�n con estupidez, una cosa que las pasadas elecciones probaron que no existe. Le corresponde al dirigente, social cristiano, social dem�crata, liberal o neoliberal, darse cuenta que sus aspavientos academicistas, su exhibicionismo de burdel y su modestia chaplinesca, lo pueden rebasar en cualquier momento y los pueblos cobran esta voracidad con mucho encono.
Por ello no le deseamos buena suerte al gobierno recientemente electo en Costa Rica, solo le pedimos decencia, modestia y respeto por un pueblo que ya est� harto de que lo consideren est�pido por elegante y paciente, cr�dulo por confiado, domesticado por respetuoso. En la capacidad que tengan los dirigentes de un pueblo de detectar, fijar y reproducir sus valores, como los mencionados para el pueblo costarricense, se puede medir tambi�n el grado de ubicaci�n y de realismo hist�rico de que sean portadores. Porque si los mismos se quedan paralizados vi�ndose el ombligo nuestra democracia los arrasar� y les cobrar� con creces. Las denuncias de corrupci�n que se hicieran en Costa Rica recientemente, contra varios ex presidentes han representado perfectamente esta clase de juicio hist�rico. Eso no significa que la democracia burguesa haya sido capaz de dise�ar los mecanismos para otear sus propias falencias. Es que los pueblos se han servido de esos mismos instrumentos democr�ticos para usarlos en la direcci�n correcta, aunque no siempre tengan claridad sobre el origen hist�rico que los hizo posibles. La prensa no debe atribuirse entonces tales logros, solo fue capaz de recoger lo que ya exist�a en la conciencia y el coraz�n de los pueblos. La informaci�n exist�a mucho antes de que el periodista hiciera la labor del mu�eco del ventr�locuo. Una labor que muchas veces realiza con todo gusto. Con el TLC as� lo han hecho muchos de ellos. Mala hora para la democracia costarricense entonces.
(De la revista virtual Esc�ner cultural � Santiago de Chile, a�o 8, n�mero 83, mayo 2006)
Columnista huésped | 12 de Mayo 2006
0 Comentarios