Disminuir tamaño de letraAumentar tamaño de letraImprimir paginaEnviar esta pagina por e-mailAmpliar el ancho de la paginafluid-width

El maldito cañoncito

Luko Hilje | Abril 25, 2006 | 1214 palabras

Armas más, armas menos (y, además, antibelicista e ignorante en estas materias, como lo soy), nunca se me hubiera ocurrido escribir un artículo sobre un cañón. Pero todo se originó por una alusión al Dr. Karl Hoffmann, médico y naturalista sobre quien recientemente terminé de escribir un libro -que esperamos salga a la luz el próximo mes-, en el marco de la conmemoración del Sesquicentenario de la Campaña Nacional (1856-1857). Veamos.

Hoffmann, muerto en 1859 en Puntarenas, fue enterrado en Esparza, y 70 años después sus restos serían exhumados para ser trasladados a la capital. Esta labor fue encomendada por el gobierno al naturalista don Anastasio Alfaro, entonces director del Museo Nacional. Pocos días antes de la inhumación en el Cementerio General, don Anastasio revelaría a la prensa (La Tribuna, 19-IV-1929, p. 6) el siguiente testimonio de Juan Blas Venegas, combatiente en la batalla de Rivas: “[Hoffmann] tenía una puntería admirable: en el famoso once de abril nos habían quitado los filibusteros por sorpresa un cañoncito, que un negro fornido sacaba a intervalos del cuartel enemigo, cargado y listo, con el cual barría la calle que estaba enfrente de nuestros compañeros; tomó su rifle y desde una ventana esquinera del cuartel, hizo puntería sobre el artillero enemigo, en el momento de darle fuego al cañón, con tal firmeza que el negro cayó sobre la cureña, sin que volviera a levantarse jamás”.

Este conmovedor relato me indujo a escribir el artículo “Cirujano de puntería certera” (Semanario Universidad, 7-IV-2005), en el cual resaltaba que él había puesto su excelente puntería, demostrada de sobra las numerosas veces en que disparó para recolectar animales (que enviaría al Museo Real de Zoología, en Berlín) al servicio de nuestra patria.

No obstante, cuando me documentaba para escribir mi libro, para mi sorpresa, me percaté de lo determinante que fue dicho cañón en la batalla de ese glorioso 11 de abril de 1856. Tanto, que lo citan Walker y don Juanito Mora en sus respectivos relatos de la batalla, y don Rafael Obregón Loría le dedica amplio espacio en su libro Costa Rica y la guerra contra los filibusteros y hasta lo ubica con exactitud en un croquis de la batalla. Esto me llevó a estudiar con especial atención el asunto de cañón, de lo cual indagué lo siguiente.

Desde 1855, cuando fue alertado por don Luis Molina -nuestro representante en Washington- sobre las intenciones de William Walker, don Juanito olfateó el peligro que se cernía sobre el país y la región centroamericana y empezó a prepararse, tanto en lo diplomático como en lo bélico. En cuanto al armamento, se compraron 500 rifles Minié (invento del francés Claude Etienne Minié, más rápidos y eficaces que los fusiles de chispa), así como varios cañones. En contraste con los de hierro, muy pesados, adquirieron dos “de montaña” (de bronce con manganeso), por ser más livianos y transportables a lomo de mula.

Sin embargo, por razones nunca aclaradas, en la batalla de Rivas uno de los dos cañoncitos (los había disparado el capitán Mateo Marín en Santa Rosa) no apareció, mientras que el otro fue colocado en una bocacalle, dirigido hacia la Plaza Principal. Pero esta posición estratégica, irónicamente, sería una maldición para nuestras tropas. Cuando el ejército filibustero apareció y copó todo el sector oriental de la Plaza, en medio de la sorpresa y desconcierto los artilleros no respondieron a tiempo, tras lo cual Marín resultaría herido y muertos sus cuatro colaboradores.

Curiosamente, no obstante, se sabe que los filibusteros nunca lo activaron, aunque contaban con poca o ninguna artillería pesada y les hubiera sido sumamente útil. Pero, al verse sin su único cañón, los altos mandos nuestros (unos culpan al general José Joaquín Mora y otros al militar francés Pedro Barillier) ordenaron recuperarlo a cualquier precio. ¡Pero ese precio fue demasiado alto! Y causaría una verdadera tragedia pues, para alcanzarlo, había que transitar por un costado del mesón de Guerra -principal bastión filibustero- o exponerse al fuego de los tiradores apostados en las torres de la iglesia y sobre los techos de las casas alrededor de la Plaza.

Entendiendo que su rescate se había convertido en una cuestión de honor para los nuestros, se dice que los filibusteros más bien lo usaron como señuelo y así les resultó más útil. Eso explica el altísimo número de bajas (500 muertos y 300 heridos) ese día en nuestras filas pero sería un factor clave en la derrota de Walker, que se había fraguado durante la propia batalla, irónicamente. Es decir, la lluvia de fuego filibustero había hecho que, al final de la jornada, quedara munición para que cada soldado hiciera apenas tres disparos. Por eso Walker huyó de Rivas esa misma noche.

En síntesis, todas las evidencias confirman no solo el peso específico del cañoncito en la batalla de ese día, sino también que causara tal tragedia sin haber sido disparado.

Es decir, eso significa que el testimonio de Venegas sobre Hoffmann no es veraz. Y así lo demuestro en mi libro, al analizar dónde estuvo Hoffmann ese día: por la mañana en el Cuartel General (junto con el Estado Mayor) y por la tarde en el hospital de campaña. Como desde éste era imposible siquiera ver el cañón, tendría que haber disparado desde el cuartel pero, al analizar el croquis de la batalla y una foto de éste (disponible en el Museo Juan Santamaría) es claro que no había una ventana esquinera desde la cual se pudiera apuntar hacia el artillero filibustero.

Para aumentar la confusión, en un relato del extinto don Luis Ferrero sobre nuestra heroína Pancha Carrasco -viandera, pero también ayudante de Hoffmann en la enfermería-, dice que “el cañoncito, un cañón que era cargado con metralla y que ostentaban los filibusteros, fue el objetivo. Preparó [doña Pancha] su fusil, apuntó, disparó y… el jefe del cañoncito cayó fulminado. Dio la casualidad de que el doctor Hoffmann […], al salir del cuartel del mayor Salazar, situado cerca de este sitio, disparó también al mismo objetivo que doña Pancha.[…] Los filibusteros al ver rodar a su jefe, huyeron en desbandada. […] Entonces doña Pancha, desafiando los silbantes disparos, corrió hacia la artillería, y ayudada por soldados valerosos patriotas, desconocidos héroes, producto del pueblo, llevaron al cuartel el cañoncito”.

Lamentablemente, Ferrero no cita su fuente documental. No obstante, esta narración ubica a Hoffmann en un edificio diferente de los antes descritos y señala que él salió a disparar a la calle (no desde una ventana), como también lo hiciera Pancha. Esto es poco o nada verosímil, dado que los filibusteros tenían concentrado casi todo su poder de fuego sobre esa calle, razón por la cual tampoco es creíble que Pancha y los nuestros pudieran recuperar el cañón tan fácilmente. Por último, el relato parece sugerir que tanto Hoffmann como Pancha acertaron en forma simultánea sobre el artillero que accionaba el cañoncito, lo cual lo torna aún más inverosímil.

Y, para complicar aún más las cosas, en un dibujo de las acciones bélicas de ese día (publicado en el Frank Leslie`s Illustrated Newspaper, 19-VII-1856) se observa a tres filibusteros queriendo activar el cañón, desde una esquina. Quizás el dibujante no resistió la tentación de verlo inactivo y… ¡alguito de acción le puso al maldito cañoncito!

Luko Hilje | Abril 25, 2006

0 Comentarios

Publique su Comentario




Recordar mis datos?


Reglas para publicar comentarios: Antes de publicarse, cada comentario será revisado por el moderador. Su dirección de e-mail no aparecerá.