Hace poco m�s de dos a�os, para conmemorar el centenario del cantonato de Turrialba, lugar que amo entra�ablemente y donde viv� por 13 a�os, escrib� el art�culo ��Feliz siglo, Turrialba!�, el cual empezaba aludiendo a ese sol que all� ilumina diferente, como lo supo captar en versos realmente magistrales el amigo Marco Aguilar. Y, complement�ndolo, dije: �Y es el mismo sol, tan inmemorial como nuestras lluvias, el que por siglos ha atestiguado la exuberancia de estas escarpadas tierras, con lomer�os de bosques tupidos, umbr�os e impenetrables, que tanto incomodaran en sus traves�as pero tambi�n hechizaran con su verdor a los primeros exploradores europeos. Amplio territorio vegetal [�], ya era habitado entonces por hombres y mujeres huetares que plantaron cada palmo del valle con su cultura y con su esp�ritu indomable�.
Evoco esas im�genes ahora, cuando -a prop�sito de exploradores- estoy escribiendo un peque�o libro sobre el Dr. Karl Hoffmann, cirujano mayor del ej�rcito en la Guerra Nacional de 1856, y me he topado con un curioso texto que aparece en las �Memorias autobiogr�ficas� de Lorenzo Mont�far.
Aunque guatemalteco de nacimiento, Mont�far desempe�� un destacado papel en la vida pol�tica de la Costa Rica de mediados del siglo XIX, sobresaliendo por ser �un brillante escritor, orador notable, ap�stol de las ideas liberales�, en palabras del historiador don Rafael Obreg�n. Nacido en 1823, se gradu� como abogado y debi� abandonar su pa�s, perseguido por el gobierno de Rafael Carrera. Tras permanecer en El Salvador, en noviembre de 1849 decidi� venir a Costa Rica, y nom�s llegando al pa�s, por casualidad se top� con el presidente don Juanito Mora en el puesto aduanero (hoy La Garita) ubicado en R�o Grande quien, por empat�a rec�proca, lo invit� a residir en el pa�s.
Con ello se iniciar�a una activ�sima labor, coincidente temporalmente con la guerra contra los filibusteros jefeados por William Walker. Apenas pocos meses despu�s de llegado se le nombra Magistrado de la Corte de Justicia, y por un a�o (mayo de 1857 a abril de 1858) funge como Ministro de Relaciones Exteriores. Por conflictos derivados de algunos litigios, as� como pol�ticos, por dos a�os debe abandonar el pa�s, hacia los EE.UU. Tras un breve regreso, se marcha otra vez por dos a�os hacia El Salvador y Europa y, al retornar de nuevo, en 1867 ocupa el cargo de rector de la Universidad de Santo Tom�s. Ese mismo a�o funda el peri�dico �El Quincenal Josefino�.
Durante el gobierno del Lic. Jes�s Jim�nez, a punto de publicar en su peri�dico un art�culo relativo a una pugna entre el ministro Dr. Eusebio Figueroa y los jefes militares Lorenzo Salazar y M�ximo Blanco -h�roes de la Guerra Nacional, pero expertos en cuartelazos-, en la propia imprenta el molde de dicho art�culo fue incautado por la polic�a, el 14 de diciembre de 1868. Ante tal arbitrariedad, Mont�far denunci� por la prensa lo ocurrido.
El precio a pagar por tan frontal y valiente actitud fue muy alto: el 21 de diciembre a la 1 p.m. recibi� la orden de ser confinado en Turrialba y se le asign� un guardi�n, quien lo sigui� paso a paso y lo llevar�a all� esa misma tarde. Desesperado por no tener dinero para su familia ni para �l, recibi� un pr�stamo instant�neo por 200 pesos, sin fianza alguna, de parte de don Allan Wallis, administrador del Banco Anglo Costarricense. Y as�, sin poder litigar para su sustento, y a lejanos 60 kil�metros de la capital, su familia qued� en el abandono f�sico y econ�mico.
Sobre las primeras semanas en su presidio abierto, a�os despu�s escribir�a: �Turrialba era un lugar casi desierto, sin elementos de ninguna especie y de muy malas condiciones higi�nicas. El color de sus pocos habitantes era cadav�rico�. Y tan cr�tica fue su situaci�n, que: �D�as despu�s decid� abandonarlo y ped� al gobierno que me expulsara de la rep�blica por no poder vivir en los estrechos l�mites de aquel confinamiento. [�] Entonces me autoriz� Figueroa para salir del pa�s con la precisa condici�n de que lo verificara por la v�a del Atl�ntico. Probablemente crey� que no me mover�a porque no hab�a ning�n camino que me condujera al mar de las Antillas, y las veredas que exist�an eran casi intransitables�.
Es decir, �prefiri� abandonar el pa�s y a su familia con tal de no vivir en Turrialba! Pero, aunque hoy podr�an resentirnos sus aseveraciones sobre tan hermosas tierras, hay que abonar a su favor que fue exactamente por sus parajes inh�spitos, de miasmas, c�lera, paludismo, tifoidea, tuberculosis y leishmaniasis, que Turrialba hab�a sido elegida como sitio de confinamiento de prisioneros, lo cual ocurri� en 1842, en el gobierno de Francisco Moraz�n.
Por fortuna para �l, ten�a apenas 45 a�os y la salud necesaria para sortear el ingrato periplo que vendr�a. Ya el 1� de enero de 1869 por la tarde hab�a partido. En Los Pavones, don Jes�s Bonilla le prest� una mula y le cedi� a un pe�n que, junto con otro que lo acompa�aba, llegar�an hasta Pacuare tras cuatro d�as de extenuante traves�a. El 5 de enero pernoct� donde don Nicol�s Gonz�lez, quien le prest� un bote que le permiti� navegar por cinco horas hasta Parismina. De ah� viaj� hasta San Juan del Norte o Greytown (antiguo puerto a la entrada del r�o San Juan) en un cayuco que, tras 28 horas de recorrido, estuvo a punto de naufragar debido a las inclemencias del tiempo.
Tras pasar por El Salvador y Panam�, reside en Per� un a�o y regresa a Costa Rica, y al ser derrocado Jim�nez es nombrado como Ministro de Relaciones Exteriores, Instrucci�n P�blica, Culto y Beneficencia, al cual renuncia cuatro a�os despu�s. Por dos meses funge como rector de la Universidad de Santo Tom�s, pero renuncia y se traslada a Guatemala para ocupar la rector�a la Universidad de San Carlos, tras lo cual se desempe�ar�a como Ministro de Relaciones Exteriores, candidato a la Presidencia. En vida se le declar� Benem�rito de la Patria all� y morir�a el 21 de mayo de 1898, pocos meses despu�s de sufrir un ataque de apoplej�a en un barco que lo tra�a hacia su pa�s.
Cabe se�alar que entre su copiosa producci�n literaria -por cierto, sumamente amena- sobresale la magna �Rese�a hist�rica de Centroam�rica�, cuyo s�timo tomo despu�s fue publicado por aparte con el t�tulo �Walker en Centroam�rica�. Lamentablemente, entre otras cuestiones pol�micas, en dicho libro fue �l quien se atrevi� a cuestionar que Juan Santamar�a quemara el mes�n filibustero en la batalla de Rivas, e incluso a dudar de su existencia. No obstante, hay evidencia documental fehaciente de la existencia y haza�a de Santamar�a, y algunos autores consideran que Mont�far escribi� eso con segundas intenciones y oscuras motivaciones, que no es del caso rese�ar aqu�.
Con tales antecedentes, pienso ahora que tal vez fue mejor que no se quedara en Turrialba. �No fuera a ser que le hubiera dado por escribir alg�n texto negando las c�lebres batallas huetares! S�, porque tras ser horriblemente vejados, con dignidad y bravura en Tayutic masacrar�an al prepotente y cruel conquistador Diego Guti�rrez y su tropa y, como parte de la alianza indo-espa�ola despu�s, derrotar�an en Quebrada Honda a los piratas Mansfield y Morgan, impidi�ndoles tomar el pa�s.
Genes y sangre ind�mitos que, de seguro, tambi�n portaba aquel muchacho alajuelense cholo en ese cuerpo que languidec�a en una calle polvorienta de Rivas mientras la implacable llamarada devoraba el mes�n filibustero y �l entraba as�, ya para siempre, en la historia y el coraz�n de los pueblos libres.
Luko Hilje | 11 de Diciembre 2005
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