En estos d�as ha fallecido Federico Ap�stegui. Y aun cuando han aparecido referencias bastante t�midas al papel que involuntariamente desempe�� en las �ltimas semanas del r�gimen que hemos llamado de los ocho a�os, creo que no se ha destacado suficientemente el asunto de que lo convirtieron en protagonista, sepa Dios por qu�.
Despu�s de la Huelga de Brazos Ca�dos del mes de julio del 47, un grupo de j�venes de la oposici�n se dedic� a las v�as de hecho. Se auto-llamaban terroristas, y en efecto, entre sus actividades estuvo la de colocar bombas. Fueron una respuesta a la conducta que hab�an adoptado en julio las fuerzas pro-gobiernistas, que, pasmadas por el fracaso que en 1947 estaban teniendo el garrote y el black jack que les hab�an servido para atemorizar en 1943 y ya no, optaron por la bala. Los nueve cad�veres que dejaron en la Avenida Central la ma�ana de julio que se inici� la huelga fueron el aviso. Y el asesinato de un activista de la oposici�n dentro de la iglesia de San Joaqu�n de Flores en octubre, la confirmaci�n.
Unas dos semanas despu�s de la profanaci�n de esa iglesia por los hampones del gobierno, los terroristas de la oposici�n decidieron colocar una bomba en el peri�dico La Tribuna, en castigo, dijo despu�s alguno de ellos, por el empe�o de ese peri�dico en ocultar el asesinato en San Joaqu�n. La bomba de La Tribuna fue la primera acci�n de los oposicionistas que caus� un baja: un empleado del peri�dico falleci�.
El infeliz empleado de La Tribuna, v�ctima inocente, se convirti� en EL m�rtir del gobierno, probablemente, para ellos el muerto m�s importante de la historia desde Abel, que fue el primero.
Y a los pocos d�as, proclamaron que hab�an encontrado al culpable del asesinato. Se trataba, dijeron, de Federico Ap�stegui, un muchacho serio, de poco m�s de 25 a�os, que se acababa de casar, y que, se sab�a entonces y se ha sabido siempre, no ten�a ning�n contacto con el grupo oposicionista que hab�a decidido responder a las v�as de hecho con v�as de hecho.
Inmediatamente lo encarcelaron, y colgaron su retrato en los postes de las calles c�ntricas, como si fuera el asesino del siglo. (Despu�s hicieron lo mismo con los respetables ancianos que formaban el Tribunal Electoral). No se ha sabido nunca con qu� presuntas pruebas (porque el expediente judicial parece que desapareci�), lograron que un juez abriera proceso contra Ap�stegui, juez que, por cierto, se exili� en M�xico cuando triunf� Figueres.
Despu�s de la revoluci�n, cuando todo se aclar�, se proclam� y se grit�, qued� claro que Federico Ap�stegui no hab�a tenido ninguna participaci�n en las v�as de hecho con que muchachos de la oposici�n respondieron al terror homicida del gobierno, ni relaci�n de ninguna clase con ellos. Pero un joven de buena posici�n, de familia acomodada, reci�n casado, era precisamente lo que los mercaderes del odio necesitaban para su demagogia. (Porque por ah� insinuaron, inevitablemente, que el crimen de Ap�stegui era un atentado contra las Garant�as Sociales y el C�digo de Trabajo. �Eran inefables e indescriptibles!)
Ap�stegui fue naturalmente puesto en libertad en abril, desaparecieron el expediente y el juez, reanud� su vida de hombre pac�fico, decente y honorable, poco si es que algo activo en pol�tica, y en estos d�as ha fallecido, a edad avanzada y rodeado de la consideraci�n y el respeto de cuantos lo conocimos.
(La Rep�blica)
Alberto F. Cañas | 18 de Junio 2005
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